El boca a boca -que en estos tiempos es a la vez whatsapp a whatsapp- sigue siendo la vía más efectiva para catapultar al éxito una película, una pieza teatral, una canción o el hecho artístico del momento. Entonces, como a esa recomendación en primera persona no hay con qué darle, por estos días es una serie la que copa la conversación. “¿No viste ‘Adolescencia’? No te la pierdas”, se escucha por acá y por allá. Y sí, hay que verla. Por muchas razones.

* * *

“Lo más cercano a la perfección televisiva en décadas”, escribió en el diario The Guardian la crítica Lucy Mangan. Una síntesis contundente acerca del tenor de los elogios que viene recogiendo “Adolescencia” desde su reciente estreno. Pero al contrario de las series que hacen furor en Netflix y de las que nadie se acuerda al día siguiente, aquí realmente hay capas de sentido lo suficientemente profundas como para explorar los cómo y los por qué del impacto que “Adolescencia” provoca en la teleaudiencia. Será porque va infinitamente más allá de una trama policial clásica, en la que un chico de 13 años es acusado por un crimen.

* * *

Los Miller son una familia de clase media, típica de los suburbios de una ciudad inglesa. Pasadas las 6 de la mañana de un día cualquiera, una unidad de combate de la Policía irrumpe en la casa de los Miller a los gritos y esgrimiendo armamento pasado, como si estuvieran por capturar un capo narco. Pero al que se llevan es a Jamie, el hijo de 13 años del matrimonio. La hermana de Jamie queda arrodillada, temblorosa, en la puerta del baño. Los padres no entienden lo que sucede, shockeados mientras los agentes ponen todo patas para arriba. A Jamie lo suben a un celular y así lo llevan a la comisaría. Es el comienzo del drama.

* * *

Los temas que plantea “Adolescencia” caen como cáscaras de una cebolla, al compás de la progresión narrativa que va dando cuenta de lo que le pasó a Jamie. De su vida de relación y de los procesos internos que fue sufriendo hasta llegar a un clímax agobiante. También es difícil abstraerse de los spoilers cuando es tan potente la historia y son cuantiosos los debates que dispara. En el centro de la crítica social que propone la serie se mantiene atornillado el ida y vuelta entre Jamie y su papá, a quien le resulta incomprensible que un hijo al que considera “normal” haya matado a una persona. ¿Qué hice mal?, se pregunta el señor Miller una y otra vez. “Soy un buen padre”, reitera a modo de autoconvencimiento. ¿Lo es? Mejor dicho, ¿qué es ser un buen padre hoy? Por allí flota una de las tantas ideas que lanza “Adolescencia”.

La angustiante trama de "Adolescencia": la serie que todos los padres deben ver

* * *

“Mi papá me pegaba con un cinturón, pero a Jamie yo nunca lo toqué”, sostiene el señor Miller. O también: “con Jamie estaba todo bien, si en lugar de callejear se pasaba el tiempo encerrado en su pieza con la computadora”. ¿Cuántos padres compartirían ese razonamiento? “Adolescencia” advierte que el choque generacional mediado por la tecnología es claramente más complejo, porque parte de la colonización de la subjetividad infantil logrado por las pantallas. Los padres intentan seguir las huellas que van dejando los chicos en la web: sus búsquedas, lo que suben a las redes, a quiénes están escuchando, cuál es la visión del mundo que tienen y que, casi con seguridad, comparten con sus congéneres. Es una tarea inútil, imposible. Para un adulto, recibir un emoji negativo como respuesta a un posteo no es más que una banalidad; para un chico de 13 años puede ser el fin del mundo. Chicos que están en lugares que sus padres no sospechan que existen, sumergidos en la deep web -porque consideran que usar Google es cosa de viejos analógicos-, chateando en foros inaccesibles para quienes no conocen los caminos de la “otra” internet.

"Adolescencia": la serie que interpela a padres y adolescentes

* * *

¿Tendremos los padres que llevar el mote de haber sido malos padres, de no habernos dado cuenta de lo monstruoso de la adolescencia de hoy? Ellos -los Miller- eran una “familia normal”, no han hecho nada más que dejar a su hijo frente a las múltiples pantallas pero ¿no es acaso lo que hacemos todos y todas? (Fragmento de un artículo publicado en Página/12 por el psicoanalista y escritor Martín Smud)

* * *

En esas pantallas de las que habla Smud resuena de todo. Por ejemplo, la voz amplificada de influencers cuyos mensajes permean con facilidad en niños que están construyéndose psíquica y emocionalmente. Apenas se estrenó la serie, en el mundo anglosajón se la conectó con Andrew Tate, quien durante largo tiempo machacó con sus posteos misóginos, homofóbicos, machistas y antivacunas, hasta que lo cancelaron en las redes sociales (aunque Elon Musk le devolvió la cuenta cuando compró Twitter y la transformó en X). Tate se hizo famoso por sus escándalos en Gran Hermano -de donde lo echaron- y por su carrera en el kickboxing. Después estuvo preso, en el marco de una oscurísima causa de tráfico sexual. En el caso de la historia que narra “Adolescencia”, la influencia de los mensajes misóginos que pululan por las redes es clave. Los chicos los escuchan y los asimilan sin filtros.

Crítica de "Adolescencia": un oasis de exigencia en un desierto de mediocridad

* * *

Jack Thorne y Stephen Graham, los creadores de “Adolescencia”, explican que el de Jamie Miller no es un caso real, sino la suma de varias situaciones que fueron recogiendo, sobre todo publicadas en los medios. Son cuatro capítulos de alrededor de una hora, ideales para maratonear durante un fin de semana largo como el que está comenzando y para charlar acerca del tema en largas sobremesas. Uno de esos temas está relacionado con el nivel de responsabilidad que le cabe a un chico de 13 años que comete un asesinato, claramente vinculado con las propuestas para bajar la edad de imputabilidad que circulan por la Argentina. La serie muestra en detalle cómo funciona el sistema británico, cuáles son los derechos de un acusado y qué pasos sigue rigurosamente la Policía en el afán de no vulnerarlos, lo que no atenúa el impacto de ver a un niño tratado como un adulto.

Adolescencia: “Plantea cuestiones fundamentales de la justicia juvenil”

* * *

Otro componente invita a seguir “Adolescencia” con atención y se refiere a cómo está contada la historia. Cada capítulo es un plano-secuencia; eso significa que se trata de una sola toma, con una cámara y en el tiempo real de una hora. Es un prodigio técnico que exige la más absoluta pericia sincrónica y le proporciona al relato una tensión contagiada de inmediato al espectador. Las actuaciones son notables, tanto del propio Stephen Graham (quien interpreta al padre) como de Owen Cooper, capaz de mostrar un Jamie alternativamente aterrado, iracundo, enigmático y conmovedor. Su encuentro con la terapeuta, cuando finalmente puede poner en palabras todo lo que lleva en su interior, mantiene a cualquiera en el borde del asiento. “Adolescencia” no es entonces una miniserie reservada para padres angustiados o familias inquietas; se trata -nada menos- que de televisión de calidad. Difícil dejarla por el medio, sobre todo porque el último capítulo... Mejor que cada uno saque su conclusión.